A
lo pocos días, el marqués se afirmaba en un rápido restablecimiento
favorecido por los vientos yodados de la playa y por la vida en contacto
con el sol. No se pasaron muchos días sin que comenzase a ensayar sus
fuerzas vigorizándolas con ejercicios físicos y al comenzar el mes de
octubre solía ya embarcarse -con don Cristino en una yola y, remando sin
fatigarse, llegar hasta el próximo pueblo de
Moncófar. La vida era dulce, suavísima y amable en la risueña casa
cercada de frondosos naranjos; frente al mar rumoroso e infinito que
parecía hablar un lenguaje de misterio eterno. Desde que Gonzalo estuvo
tan cerca de la muerte sus relaciones con la madre parecían tener otra
fisonomía. Don Cristino guardaba en la más absoluta reserva la gran
confidencia de su hermana, y Magdalena nada había dicho aún a Gonzalo
porque temía que su salud no estuviese suficientemente afianzada para
resistir una emoción tan intensa; pero como si el alma de Gonzalo
tuviese por una singular telepatía aviso del cambio verificado en los
propósitos de su madre, sentía abierta otra vez la corriente de
simpática atracción que le acercaba a ella y un anhelo de afinidad y
confidencia le acercaba a aquel otro espíritu sediento de su confianza.
Esta sensación llegó a ser tan palpable que produjo el acercamiento y la
intimidad tan cruelmente rotos desde tantos años. El hilillo sutil que
se quebró había vuelto a unirse en el silencio y la mudez más grandes.
Acaso la fugitiva visión de la tumba que en la madre dio frutos de
abnegaciones y desprendimientos heroicos puso indulgencia y tolerancia
en el ánimo del hijo y perdonando el uno y cediendo la otra, se hallaron
en la meta unidas y abrazadas sus almas.
Eran mágicas y deslumbradoras las mañanas de sol sobre la superficie azul del mar; milagro de reflejos, cambiantes y colores, respirando con avidez el aire marino, saturándose de anchura y de libertad, desembarcando el tío y el sobrino en la playa de la aldea pescadora donde ambos se detenían sugestionados por el atrayente espectáculo de la vuelta de la pesca vocinglera y emocionante en su. marco policromo de matices y en su algarabía .de gritos y saludos. Las mozas acudían a ayudar a la descarga de las barcas donde el padre y los hermanos recogieron abundantes peces y al pasar se detenían un instante para saludar con recogimiento, mirando estáticas la gentil presencia del señorito guapo de la masía. Después el regreso era a pie, encargada la yola al marinero, por en medio de las .magníficas arboledas de limoneros, granados, palmeras y naranjos.-
Y, las tardes... Eran algo nuevo e inesperado en la olvidada intimidad, algo que resucitaba en amanecer glorioso y ponía alegrías purísimas; en el dolor de la terrible separación presentida que todos esperaban. Magdalena trabajaba en la galería cubierta donde los cristales dejaban ver el mar muy cercanamente impidiendo. la entrada a su traidora humedad. Gonzalo pintaba una acuarela cada día diferente y don Cristino dedicábase a cargar por sí mismo los cartuchos para tirar a los tordos.
Del libro "Los Caballeros de Loyola"
by Rafael Pérez y Pérez
published 1929
Eran mágicas y deslumbradoras las mañanas de sol sobre la superficie azul del mar; milagro de reflejos, cambiantes y colores, respirando con avidez el aire marino, saturándose de anchura y de libertad, desembarcando el tío y el sobrino en la playa de la aldea pescadora donde ambos se detenían sugestionados por el atrayente espectáculo de la vuelta de la pesca vocinglera y emocionante en su. marco policromo de matices y en su algarabía .de gritos y saludos. Las mozas acudían a ayudar a la descarga de las barcas donde el padre y los hermanos recogieron abundantes peces y al pasar se detenían un instante para saludar con recogimiento, mirando estáticas la gentil presencia del señorito guapo de la masía. Después el regreso era a pie, encargada la yola al marinero, por en medio de las .magníficas arboledas de limoneros, granados, palmeras y naranjos.-
Y, las tardes... Eran algo nuevo e inesperado en la olvidada intimidad, algo que resucitaba en amanecer glorioso y ponía alegrías purísimas; en el dolor de la terrible separación presentida que todos esperaban. Magdalena trabajaba en la galería cubierta donde los cristales dejaban ver el mar muy cercanamente impidiendo. la entrada a su traidora humedad. Gonzalo pintaba una acuarela cada día diferente y don Cristino dedicábase a cargar por sí mismo los cartuchos para tirar a los tordos.
Del libro "Los Caballeros de Loyola"
by Rafael Pérez y Pérez
published 1929
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada